PADRES Y PROFESORES, ¿DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA?
A lo largo del siglo XX, se empezó a diferenciar el papel de la escuela y el de la familia, en tanto que se creía que perseguían objetivos distintos y actuaban mejor independientes una de otra (perspectiva de las influencias separadas ). En los últimos años, por contra, se defiende la existencia de influencias superpuestas y responsabilidades compartidas, por lo cual ambos contextos de desarrollo deben cooperar en la formación de los niños.
Hay una forma de entender las relaciones entre familia y escuela: el modelo no participativo, según el cual la familia trata con un hijo mientras que la escuela trata con un alumno . Puesto que, en el fondo, los objetivos de padres y profesores serían bastante diferentes, este modelo lleva a desconfianzas mutuas: los profesores sienten que los padres intentan supervisar o controlar su labor y por tanto, desconfían de su participación en la vida de la escuela, aunque la defiendan teóricamente; los padres, por su parte, consideran que los profesores sólo desean que los alumnos se porten bien y obtengan buenos resultados, no se ocupan de ellos como personas y achacan a la familia cualquier desviación de este estudiante modelo .
Sin embargo, habría otro modelo, el participativo, en el que tanto la familia como la escuela tienen como meta la educación de los niños, la estimulación de su desarrollo atendiendo a las distintas facetas de su personalidad, y su cuidado y protección frente a riesgos y peligros.
Este modelo implicaría una leal colaboración de todos los agentes implicados en los distintos contextos de desarrollo. No supone negar las evidentes diferencias entre la escuela y la familia, sino que ambas deban renunciar a las corazas por el bien de los niños.
En general, es conveniente que exista una continuidad entre familia y escuela, tanto en las concepciones y valores, como en las prácticas educativas. Por eso es tan importante la colaboración entre padres y profesores.
A pesar de esta convicción, sustentada por la mayoría de los profesionales, no es fácil que esta colaboración se traduzca en la práctica: así, mientras que una inmensa mayoría de los profesores de Educación Infantil otorga gran importancia a dicha colaboración, son menos los que mantienen entrevistas personales previa cita y aún menos quienes participan en reuniones colectivas con los padres.
Diversas evidencias muestran que esta colaboración es aún menor en niveles superiores (Educación Primaria y Secundaria). Con demasiada frecuencia, las relaciones entre padres y profesores suelen ser más bien escasas; cuando se producen es porque "toca" (como en las reuniones colectivas al principio de curso) o porque surgen conflictos tales como problemas de disciplina o graves dificultades de aprendizaje.
También existen discordancias entre las percepciones y expectativas mutuas de padres y profesores. Los profesores quieren que los padres muestren interés por el docente mismo (sinceridad, comprensión, agradecimiento, valoración de su trabajo, etc.) e interés por el proceso educativo (actividades formales de enseñanza, apoyo a las tareas escolares, preocupación por el proceso de aprendizaje, etc.).
No suele haber diferencias entre lo que los profesores de los distintos niveles educativos dicen necesitar de los padres sin embargo, sí las hay en lo que creen obtener en realidad: los profesores de Educación Infantil perciben en los padres mayor interés hacia ellos mismos como docentes tanto como hacia el proceso educativo de sus hijos; en Educación Primaria y Secundaria el interés de las familias disminuye, tanto hacia el profesor como hacia el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Parecería que lo anterior ilustra un panorama idílico en Educación Infantil, al menos si lo comparamos con lo que ocurre en etapas posteriores. Pero estas luces no deben ocultar ciertas sombras, en particular en lo que se refiere a la efectiva participación de los padres en la vida del centro. No olvidemos que las escuelas son estructuras creadas al servicio de los niños, y los profesionales que en ellas trabajan son los agentes que deben velar porque este servicio sea el mejor posible, lo cual exige que deban contar con las familias para llevar a cabo su labor.
Los padres pueden participar en la vida y objetivos de la escuela de muchas formas, entre las cuales las más importantes son:
Participación en los órganos de gestión escolar.
Apoyo en casa a las tareas de los hijos.
Participación en actividades escolares y extraescolares.
Conocimiento mutuo de padres y profesores, a través de entrevistas personales, reuniones colectivas y comunicados escritos o conversaciones telefónicas.
Sólo estimulando esta participación podremos conseguir un desarrollo armónico de los niños, convirtiendo las escuelas en ámbitos de enriquecimiento, en los cuales también los padres pueden crecer mediante la cooperación con los profesores.
Estamos convencidos de que la mayor parte de los padres y profesores alberga loables intenciones y que sus actos pretenden el beneficio de los miembros más jóvenes de nuestra sociedad. También creemos que, cada vez más, sus objetivos confluyen, sobre todo a medida que mejoramos la comunicación entre ambos. De esta manera, podrán convertirse en las dos caras de una misma moneda, aquella con la que puede comprarse el desarrollo integral de los niños.